martes, 18 de octubre de 2011

POEMAS DE LA CIUDAD

Hierros oxidados echan raíces
en el fondo de la bahía.
-Las palabras se congelan
escuchando las formas-
Olvidado retazo de un barco
la espuma  le golpea una  pierna.
Un brazo estirado sobrevuela el agua.
Se perfila el cerro.
Cruza un carguero de manos blancas.
El sol dibuja sombras y platea la superficie
de la que emergen, inmóviles,
los despojos.
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Domingo I

El hombre de la valija duerme la siesta en la escollera.
Sus ropas tendidas al sol.
Un viejo pescador recoge la línea con el ril.
El padre cuida a su hijo. El hijo habla y desborda el silencio.
Viejos barcos llenan con su presencia la bahía.
Una tormenta se acerca por el sur.
Brilla el sol entre nubes blancas sobre el agua quieta.
Tan quieta como sabe estar el agua.

Escamas de pescado aplastadas sobre el cemento.
Rosas de carne destripadas aquí y allá.
Una cabeza sin ojos espera en una esquina de roca.
Al sur, el mar aúlla, levanta espuma, devora piedras.
Al norte, en la bahía en calma estallan brillos, de sol, de gasoil, en el agua gris.
La ciudad empequeñecida se desliza por las laderas del cerro y regala torretas de iglesias y antenas.
Al este, edificios recortados se iluminan con la tarde.


Allá una manzana de historia con ventanas desgarradas y solitarias. 
 Más acá, una grúa roja corta el viento.
Tozudo, el futuro vidriado compite con la torre de la Aduana por un pedazo de cielo.
Al oeste, el horizonte.

1 comentario:

  1. primera vez que te leo, me gusta muchísimo tu estilo, tu forma de mostrarnos un cotidiano, las imágenes "las palabras se congelan escuchando las formas", lindo...

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